que la piel erizan.
Dichosos suspiros,
que forman la pasión.
Suave, despacio, lentamente,
todo está lleno, reposado.
Gustoso, húmedo canto,
de rítmico vaivén.
La pasión de amar, del amado.
En secreto penetrado,
suave, relleno, de azúcar y miel,
todo colocado, uniéndose la piel.
Un mar de calor, infinitos desdenes,
sensación de reposo, placido azul,
nacimiento del sol, eterno sentimiento,
todo está lleno de fuego y pasión.
Poco a poco, cantos elevados,
sumergido en vivir, ardiente
y tranquilo, domando la rosa,
en un mar de pasión.
martes, 17 de noviembre de 2009
domingo, 15 de noviembre de 2009
Dios y la gente invisible...
Capitulo 1: La preparación.
Hace unos días me dispuse a realizar unos trámites en San José, obligándome mis diligencias a pasar justamente por el parque central; así que antes de salir de casa prepare algunos alimentos, por si algún pobre animalillo, muerto de hambre y frio, me miraba feo, taladrándome el alma con sus ojos hundidos por la deshidratación y los rítmicos movimientos de cola, que parecen saludar a la vista de la comida.
Al verme escasa de alimento para perros, prepare emparedados de jamón (mi maleducada mascota los adora) a sabiendas de que no son del todo buenos para la salud de estos animales, pero igual pensé que era mejor esto que algunos desperdicios, al menos por ese día.
Mientras los preparaba decidí seguir el consejo de mi madre, que siempre dice que sí a uno le alcanza para comprarse más de un par de zapatos, seguramente le alcanzará para darle de comer, aunque sea una vez, a algún hambriento; así que prepare un par de botellas plásticas con chocolate caliente y eche en mi mochila algunos emparedados mas.
Capitulo 2: El recorrido.
Salí de mi casa como de costumbre, dispuesta a cumplir lo que me disponía a hacer y con toda la intención de alentar a alguien, aunque fuera un poquito, ese día; me sentía más positiva que de costumbre y con unas extrañas ganas de hacer el bien (y digo extrañas porque díganme cuántos de ustedes se levantan y de una vez planean ser las mejores personas del mundo ese día?… no muchos, verdad? La locura de lo cotidiano nos absorbe y raramente pensamos en el prójimo, es triste pero cierto).
Cerca de las 2:30 pm ya había terminado mis diligencias, así que me enfoque en el dichoso parque; mire a la gente moverse rápido, como deseando no ser notada por ningún chapulín, sosteniendo sus carteras y portafolios como si cargaran en ellos un millón de dólares, sus rostros se veían desencajados y nerviosos y definitivamente nadie parecía amigable, decidí pensar que se debía al inminente aguacero que ya se nos venía encima y no a la desconfianza y la inseguridad que taladra los huesos del tico, enseñándole desde temprana edad que, y ante todo, no se puede confiar en nadie en estos días.
Mientras las personas se alejaban huyendo unas de otras, yo buscaba al perro de mis pensamientos y esperaba encontrar junto a él, alguna persona con quien compartir el chocolate (me parece que estos dos personajes se unen en momentos de dolor más que nunca, no lo han notado?)…
Capitulo 3: El encuentro.
Los encontré en uno de los costados de aquel gran quiosco; era un joven que tal vez rondaba los 16 o 17 años, con las ropas sucias y rotas en algunas partes, sus dedos se asomaban de sus tenis viejas y su cabello estaba bastante largo, así que tuve problemas para encontrar sus ojos cuando me acerque a hablarle; a su lado había un perro flaco y canelo, lleno de pulgas porque no dejaba de rascarse y estaban sentados, uno al lado del otro, dando la impresión de que no había nadie más en el mundo para ellos.
Lo salude con naturalidad y él me miro desconfiadamente (como lo esperaba), rápidamente me presente y le dije que cargaba conmigo algunos alimentos y que si me lo permitía, me gustaría compartirlos con él y con su perro, a lo que él respondió con una sonrisa que reflejaba angustia y hambre al mismo tiempo.
Me acerque un poco más (ya más relajada) y me senté en el suelo frente a él (de todas maneras este es un país libre y puedo sentarme donde yo quiera, cierto?) y contuve el aliento para disimular lo mejor que podía, que el olor que desprendía aquel joven me estaba matando.
Le entregue una de las botellas, un par de emparedados y algunas servilletas, saque otro emparedado para su perro y éste prácticamente lo engullo, así que le di uno más, que proceso con más calma al final.
Capitulo 4: La historia del invisible.
Hablamos entre mordiscos de emparedados y tragos de chocolate, por cerca de 30 minutos, descubrí que su nombre era Julio y que en efecto tenía 16 años, era oriundo de Pérez Zeledón y se había venido para San José escapado, desde los 10 y que aquí, rodando en las calles, en vez de sufrir menos, solo había sufrido más.
Le pregunte si su madre lo había buscado (porque no concebía perder a un niño y no buscarlo hasta la locura) a lo que contesto que habían muchos güilas en la casa y que seguro no notaron que el faltaba, y que si lo busco, nuca se había dado cuenta.
Logre averiguar que nunca conoció a su verdadero padre y que la pasaban muy mal de hambres en su casa, con sus demás familiares, su madre se junto y su padrastro les pegaba cuando bebía, insultándolos hasta caer dormido, lo habían sacado de la escuela más chico y lo pusieron a ayudar por ser el mayor.
Me enseño algunas heridas de alguna vez en la que quiso matarse, pero me aseguro que él era ¨tan pura mierda¨ que ni eso pudo hacer bien y que al fin decidió escapar cuando su padrastro empezó a ¨tocarlo feo¨ y al verse desamparado, prefirió la calle que era incierta, que un mundo cierto de dolor.
Me conto que comían (el perro y él) pidiendo en alguna esquina, ayudando en algún trabajo como cuidar carros a la salida del teatro (pero que eso estaba muy peleado últimamente) y que si definitivamente no había de otra, también robaba pero que no le gustaba, porque ya lo habían pescado antes y odiaba la cárcel porque ahí, algo muy malo le había pasado.
Así que no confiaba en nadie, no tenía a nadie ni le importaba nadie, porque ya él sabía que había nacido para sufrir y que lo único que de verdad le dolía era su perro, que temblaba de frio y hambre en los oscuros rincones de la capital.
Capitulo 5: El sermón.
Lo escuche con cuidado y cuando termino de hablar me tire al agua con él y se me salió la herencia de mi madre; le conté acerca de mi pobre salud, de mis problemas de agresión, de mi soledad y mi pasado, de cómo yo también quise escapar mil veces pero nunca me atreví y concluí diciéndole que Dios me había rescatado.
Le exprese que con Su inmenso amor llenó mi vida y que aunque muchas veces me sentía perdida, El siempre estaba para mí, que El me protegía y me había enseñado a ser valiente y a tener fe. Le dije que él era importante para Dios, que lo amaba y lo cuidaba, le dije que tenía un plan para él y quería que fuera feliz. Le dije que tenía que confiar en el amor de Dios…
Capitulo 6: La respuesta.
Me miro con amargura, con esa amargura que se acumula solo con los años y me respondió dolorosamente, mientras acariciaba la cabeza de su flaco compañero: Dios no existe y si existe, nosotros somos invisibles para El, cómo puede alguien hablarme del amor de Dios, si solo he conocido el odio y el desprecio de la gente, sí mi vida entera la he pasado en soledad, con frio y hambre, y cuando he querido pedir ayuda, las personas me desprecian y desearían que yo me muriera, desearían que nunca hubiéramos existido.
Esta respuesta taladro mis entrañas al darme cuenta que no tenía nada que replicar… Qué podía decirle para devolverle la esperanza? ...cuando él desintegro los pilares de mi de fe en un segundo... Esos minutos se me hicieron eternos y no me pude percatar de la lluvia que mojaba mi cabello.
Mire a mi alrededor y era cierto, una vez que me senté en el piso junto a él me volví invisible también, nadie parecía notarnos, por el contrario, parecía que nadie quería vernos, nos pasaban de lado y si alguien nos miraba, era con asco y desaprobación.
Capitulo 7: El resultado.
Una gran soledad se apodero de mí y por el resto del tiempo que estuve sentada junto a él bajo la lluvia, me volví parte de la gente invisible, me uní a las líneas de miserias y dolores, y de verdad sentí que, como Julio y su perro, yo también había nacido únicamente para sufrir…
Hace unos días me dispuse a realizar unos trámites en San José, obligándome mis diligencias a pasar justamente por el parque central; así que antes de salir de casa prepare algunos alimentos, por si algún pobre animalillo, muerto de hambre y frio, me miraba feo, taladrándome el alma con sus ojos hundidos por la deshidratación y los rítmicos movimientos de cola, que parecen saludar a la vista de la comida.
Al verme escasa de alimento para perros, prepare emparedados de jamón (mi maleducada mascota los adora) a sabiendas de que no son del todo buenos para la salud de estos animales, pero igual pensé que era mejor esto que algunos desperdicios, al menos por ese día.
Mientras los preparaba decidí seguir el consejo de mi madre, que siempre dice que sí a uno le alcanza para comprarse más de un par de zapatos, seguramente le alcanzará para darle de comer, aunque sea una vez, a algún hambriento; así que prepare un par de botellas plásticas con chocolate caliente y eche en mi mochila algunos emparedados mas.
Capitulo 2: El recorrido.
Salí de mi casa como de costumbre, dispuesta a cumplir lo que me disponía a hacer y con toda la intención de alentar a alguien, aunque fuera un poquito, ese día; me sentía más positiva que de costumbre y con unas extrañas ganas de hacer el bien (y digo extrañas porque díganme cuántos de ustedes se levantan y de una vez planean ser las mejores personas del mundo ese día?… no muchos, verdad? La locura de lo cotidiano nos absorbe y raramente pensamos en el prójimo, es triste pero cierto).
Cerca de las 2:30 pm ya había terminado mis diligencias, así que me enfoque en el dichoso parque; mire a la gente moverse rápido, como deseando no ser notada por ningún chapulín, sosteniendo sus carteras y portafolios como si cargaran en ellos un millón de dólares, sus rostros se veían desencajados y nerviosos y definitivamente nadie parecía amigable, decidí pensar que se debía al inminente aguacero que ya se nos venía encima y no a la desconfianza y la inseguridad que taladra los huesos del tico, enseñándole desde temprana edad que, y ante todo, no se puede confiar en nadie en estos días.
Mientras las personas se alejaban huyendo unas de otras, yo buscaba al perro de mis pensamientos y esperaba encontrar junto a él, alguna persona con quien compartir el chocolate (me parece que estos dos personajes se unen en momentos de dolor más que nunca, no lo han notado?)…
Capitulo 3: El encuentro.
Los encontré en uno de los costados de aquel gran quiosco; era un joven que tal vez rondaba los 16 o 17 años, con las ropas sucias y rotas en algunas partes, sus dedos se asomaban de sus tenis viejas y su cabello estaba bastante largo, así que tuve problemas para encontrar sus ojos cuando me acerque a hablarle; a su lado había un perro flaco y canelo, lleno de pulgas porque no dejaba de rascarse y estaban sentados, uno al lado del otro, dando la impresión de que no había nadie más en el mundo para ellos.
Lo salude con naturalidad y él me miro desconfiadamente (como lo esperaba), rápidamente me presente y le dije que cargaba conmigo algunos alimentos y que si me lo permitía, me gustaría compartirlos con él y con su perro, a lo que él respondió con una sonrisa que reflejaba angustia y hambre al mismo tiempo.
Me acerque un poco más (ya más relajada) y me senté en el suelo frente a él (de todas maneras este es un país libre y puedo sentarme donde yo quiera, cierto?) y contuve el aliento para disimular lo mejor que podía, que el olor que desprendía aquel joven me estaba matando.
Le entregue una de las botellas, un par de emparedados y algunas servilletas, saque otro emparedado para su perro y éste prácticamente lo engullo, así que le di uno más, que proceso con más calma al final.
Capitulo 4: La historia del invisible.
Hablamos entre mordiscos de emparedados y tragos de chocolate, por cerca de 30 minutos, descubrí que su nombre era Julio y que en efecto tenía 16 años, era oriundo de Pérez Zeledón y se había venido para San José escapado, desde los 10 y que aquí, rodando en las calles, en vez de sufrir menos, solo había sufrido más.
Le pregunte si su madre lo había buscado (porque no concebía perder a un niño y no buscarlo hasta la locura) a lo que contesto que habían muchos güilas en la casa y que seguro no notaron que el faltaba, y que si lo busco, nuca se había dado cuenta.
Logre averiguar que nunca conoció a su verdadero padre y que la pasaban muy mal de hambres en su casa, con sus demás familiares, su madre se junto y su padrastro les pegaba cuando bebía, insultándolos hasta caer dormido, lo habían sacado de la escuela más chico y lo pusieron a ayudar por ser el mayor.
Me enseño algunas heridas de alguna vez en la que quiso matarse, pero me aseguro que él era ¨tan pura mierda¨ que ni eso pudo hacer bien y que al fin decidió escapar cuando su padrastro empezó a ¨tocarlo feo¨ y al verse desamparado, prefirió la calle que era incierta, que un mundo cierto de dolor.
Me conto que comían (el perro y él) pidiendo en alguna esquina, ayudando en algún trabajo como cuidar carros a la salida del teatro (pero que eso estaba muy peleado últimamente) y que si definitivamente no había de otra, también robaba pero que no le gustaba, porque ya lo habían pescado antes y odiaba la cárcel porque ahí, algo muy malo le había pasado.
Así que no confiaba en nadie, no tenía a nadie ni le importaba nadie, porque ya él sabía que había nacido para sufrir y que lo único que de verdad le dolía era su perro, que temblaba de frio y hambre en los oscuros rincones de la capital.
Capitulo 5: El sermón.
Lo escuche con cuidado y cuando termino de hablar me tire al agua con él y se me salió la herencia de mi madre; le conté acerca de mi pobre salud, de mis problemas de agresión, de mi soledad y mi pasado, de cómo yo también quise escapar mil veces pero nunca me atreví y concluí diciéndole que Dios me había rescatado.
Le exprese que con Su inmenso amor llenó mi vida y que aunque muchas veces me sentía perdida, El siempre estaba para mí, que El me protegía y me había enseñado a ser valiente y a tener fe. Le dije que él era importante para Dios, que lo amaba y lo cuidaba, le dije que tenía un plan para él y quería que fuera feliz. Le dije que tenía que confiar en el amor de Dios…
Capitulo 6: La respuesta.
Me miro con amargura, con esa amargura que se acumula solo con los años y me respondió dolorosamente, mientras acariciaba la cabeza de su flaco compañero: Dios no existe y si existe, nosotros somos invisibles para El, cómo puede alguien hablarme del amor de Dios, si solo he conocido el odio y el desprecio de la gente, sí mi vida entera la he pasado en soledad, con frio y hambre, y cuando he querido pedir ayuda, las personas me desprecian y desearían que yo me muriera, desearían que nunca hubiéramos existido.
Esta respuesta taladro mis entrañas al darme cuenta que no tenía nada que replicar… Qué podía decirle para devolverle la esperanza? ...cuando él desintegro los pilares de mi de fe en un segundo... Esos minutos se me hicieron eternos y no me pude percatar de la lluvia que mojaba mi cabello.
Mire a mi alrededor y era cierto, una vez que me senté en el piso junto a él me volví invisible también, nadie parecía notarnos, por el contrario, parecía que nadie quería vernos, nos pasaban de lado y si alguien nos miraba, era con asco y desaprobación.
Capitulo 7: El resultado.
Una gran soledad se apodero de mí y por el resto del tiempo que estuve sentada junto a él bajo la lluvia, me volví parte de la gente invisible, me uní a las líneas de miserias y dolores, y de verdad sentí que, como Julio y su perro, yo también había nacido únicamente para sufrir…
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